I Did It My Way

Mis reflexiones sobre política, deporte y cultura

Cierto profesor mío afirmaba que el desarrollo de una nación no debería medirse en función del PIB, sino de la calidad de su sanidad y educación. Aplicando esta sabia teoría, los españoles deberíamos estar sumamente preocupados por el rumbo que ha adquirido nuestro país. No hablaré aquí del negro futuro al que se precipita nuestro sistema sanitario público, ayudado por la incompetencia de las autoridades, los intereses privados y el rancio comportamiento elitista y trasnochado de un sector de los profesionales médicos. Prefiero dedicar estas líneas a alertar, con riesgo de ser repetitivo, del naufragio inminente de ese barco que a muchos españoles de varias generaciones nos dio la oportunidad de abrirnos un camino en la vida. Hablo, por supuesto, de la enseñanza pública.

Y eso que yo, hijo de la LOGSE, pasé por allí cuando el barco ya estaba escorado a babor e inundada la bodega. Hoy me pregunto cómo algunos pudimos ser capaces de acabar bien el tránsito por esa selva sin ley que es un instituto de educación secundaria. Porque aunque para algunos padres lo denunciable del asunto sea la Educación para la Ciudadanía (cuánta preocupación por una maría tipo religión o costura), la realidad es que nuestro sistema educativo consta de gravísimas e intolerables carencias a las que nadie parece prestar atención.

La primera, la indisciplina. Inconcebible en cualquier otro país de Europa. La respuesta progresista a la enseñanza franquista ha dado alas a los chavales de quince años para torear a cualquier profesor. Éste tiene entonces dos opciones, bajarse los pantalones o reprender al alumno, lo que implica automáticamente recibir más tarde a unos padres indignados defendiendo a capa y espada a su retoño. Dejémonos de debates interminables y apliquemos las medidas que emplean en otros países de Europa: la expulsión. Y es que el hecho de que la enseñanza sea gratuita no implica que sea accesible de manera universal si se violan las normas básicas de convivencia. La sanidad también es gratuita pero no se gasta dinero público para trasplantar pulmones a un fumador que se niega a dejar su adicción. El estado debe garantizar la igualdad de oportunidades, pero cuando éstas se rechazan no debe encarnizarse en seguir proporcionándolas. Si en Suiza se hace ¿por qué aquí no?

La segunda, el temario. Como todos recordamos, infumable. Cuánta voluntad tuvimos que tener para memorizar marcadores discursivos o la definición de complemento predicativo. Yo recuerdo incluso haber aprendido en Educación Física la lista de los presidentes del COI. ¿Para qué, si luego somos incapaces de escribir una oración compuesta o entender un libro de Unamuno? ¿Por qué no leímos, escribimos, debatimos? Hay una obsesión en España por la cantidad de conocimientos frente a la calidad de éstos. La prueba es que nos pasábamos los meses de septiembre y octubre repasando cursos anteriores, incapaces de recordar la diferencia entre sujeto y predicado. La solución es fácil: la enseñanza pública es estatal, luego el estado debería organizar el temario. Un temario útil, razonable y aceptado por la comunidad educativa, nada de dejar nuestra educación en manos de los filólogos de Santillana o SM. Es más, el estado debería incluso proporcionar uniforme y gratuitamente los libros de texto que se dan en clase. En Suiza los libros los edita el Ministerio de Instrucción Pública, no una editorial, de tal manera que cada alumno sabe exactamente, por ejemplo, qué palabras de latín deberá conocer al acabar el curso. Si se hace en Suiza ¿por qué aquí no?

La tercera, el método. Llega un profesor, se sienta, nos cuenta la lección y se va. Y luego nos preguntamos por qué los alumnos no están motivados. Rechazo completamente el hacer del estudio un juego, pero siempre defenderé el aprendizaje como algo práctico, dinámico. El inglés se aprende hablando, las matemáticas operando, y la literatura leyendo. Siento vértigo al pensar en las horas malgastadas en clase oyendo un run-run de fondo que intentaba hacernos entender (ingenuos) la influencia del realismo en la sociedad burguesa del siglo XIX. Y pienso en lo distinto que veríamos el mundo si esas horas las hubiéramos empleado leyendo a Perez Galdós. Por otro lado, considero un grave error (un político ya lo advirtió y lo llamaron neonazi) el pretender tratar a todos los alumnos por igual, provocando que los más hábiles acaben aburriéndose de repetir lo que han entendido perfectamente, y que los menos capacitados se harten de ir a un sitio donde no entienden nada. En Suiza los alumnos que llegan al primer curso de secundaria se clasifican en clases distintas según la nota que traigan de primaria, permitiendo enfocar la enseñanza en función de su nivel. Si en Suiza se hace, ¿por qué aquí no?

Por último, me referiré a la gran amenaza que acecha dispuesta a dar la última estocada al sistema público. Me refiero a la enseñanza concertada, la gran fuente de financiación de la Iglesia. Fíjense bien, el Estado, o sea, todos nosotros, paga a un grupo de curas para que instruyan a nuestros futuros ciudadanos. Y no sólo eso, sino que los padres, alertados por el panorama que se encontrará su hijo en la escuela pública, prefieren resguardarlo en un microambiente de clase media-alta que es la escuela concertada. Parece ser que estos niños de hoy en día, a pesar de ver “Física o Química” o “SMS”, donde niños imberbes zumban como conejos entre clase y clase, son en realidad incapaces de saber distinguir el bien del mal, de integrarse en un mundo como la vida misma, con sus cosas positivas y negativas, con gente maravillosa y maltratadores en potencia. Porque muchos pasamos por allí, y tuvimos compañeros drogadictos, deportistas, estudiosos, marroquíes, homosexuales o suicidarios... y a partir de ese conglomerado supimos decir que sí a unas cosas y no a otras, y acabamos forjando nuestra personalidad en función de los valores que creímos eran los correctos. Y a pesar de todo nos encontramos con gente que supo dar lo mejor de sí misma aún en las situaciones más adversas. Y como tras una larga enfermedad, salimos, pero salimos inmunizados para la vida que nos espera, sin que nos regalaran nada y por nuestros propios méritos. Y lo más importante es que a todos, absolutamente a todos los que entramos el primer día en el I.E.S., se nos ofrecieron las mismas oportunidades para acabar donde estamos ahora, independientemente de nuestro nivel económico-social. Y porque ahí reside la auténtica igualdad entre todos los ciudadanos, nunca me cansaré de defender, como decía mi profesor, lo que realmente define el desarrollo de un país: la enseñanza pública.

3 comentarios:

Dani López dijo...

No podría estar más de acuerdo, la enseñanaza en España es una lacra que cada vez lastra más nuestro desarrollo. Eso si, en vez de tener un Ministerio único de educación, al que se le doblen las aportaciones económicas, vamos a tener un Ministerio de Deportes. En fin, gracias a Adrián por su participación, y recomiendo visitar su blog, http://lamadrasadeispahan.blogspot.com/

Saludos Cordiales a todos.

Alonso dijo...

Totalmente de acuerdo en todo.
Si me permite una aportación, yo añadiría el escolarizar a los hijos en castellano, tema un poco abandonado.

Buena página.

Anónimo dijo...

el sistema educativo en españa es un desastre podrian dejar de ser tan cabezones y afrontar que el sistemaseducativo es malisimo e intentar cambiarlo ya de una vez por todas! y fijarse en otros paises como los escandinavos para poder decir adios al fracaso escolar en españa de la educacion depende el futuro de todos pedimos reformas ya!
un cordial saludo !
buen blog lo seguire